Los líderes del Gobierno Provisional se veían a sí mismos reescenificando la Revolución Francesa en tierra rusa. Ellos se comparaban a los héroes de 1789. Kerensky, por ejemplo, gustaba pensar de sí mismo como un Mirabeau (y después como un Napoleón). Los líderes de la “Gran Revolución Rusa” buscaban en la historia de Francia precedentes para sus políticas y modelos para sus instituciones. La gente llamaba jacobinos a los bolcheviques (que era también como ellos se consideraban). Los bolcheviques a su vez llamaban girondinos a los liberales. Y todos los demóocratas advertían de los peligros de la “contrarrevolución” y el “bonapartismo” (*). Los comisarios provinciales, los comités de soldados y los comisarios del ejército, los comités provinciales de seguridad pública y la Asamblea Constituyente misma, todos fueron copiados de sus equivalentes franceses. Los viejos términos para dirigirse fueron reemplazados por los términos “grazhdanin” y “grazhdanka” (“ciudadano” y “ciudadanía”). La Marsellesa –que los rusos mal pronunciaban Marsiliuza y al que le añadían sus propias palabras (había una Marsellesa de los obreros, una Marsellesa de los soldados y una Marsellesa de los campesinos)– se convirtió en el himno nacional de la revolución. Se tocaba en todas las asambleas públicas, manifestaciones callejeras, conciertos y teatros.
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Las librerías vendían considerablemente historias populares de la Revolución Francesa. Había un ataque de francofilia. Francia, después de todo, era el aliado occidental más cercano de Rusia, contra Alemania –el último bastión de la autocracia–, y miembro fundador del club europeo de naciones democráticas al que Rusia estaba ingresando. La tarjeta de visita de Lvov estaba impreso en francés –“Principe Georges Lwoff. Ministre-President du Gouvernement Provisore”– como simbolizando su promoción al mundo occidental civilizado.
Pero Rusia no podía ser otra Francia. La fase constitucional de la revolución rusa –en la tradición clásica europea de 1789 y 1848– ya había sido realizada durante 1905-14. La reforma política no había dejado nada que ofrecer. Sólo una revolución social fundamental –una sin precedentes en la historia europea– era capaz de resolver los problemas de poder planteados por la caída del viejo régimen. Este fue el error básico de los Hombres de Febrero: intoxicados por su propia visión de sí mismos como herederos de 1789, se engañaron creyendo que podían resolver los problemas de 1917 importando prácticas y políticas constitucionales occidentales para el que no habían precedentes reales ni la base cultural necesaria en Rusia.
…El lenguaje de 1789, una vez que entró en Rusia en 1917, pronto fue taraducido al lenguaje de clase. Esta no era una cuestión de semántica. Demostró que para una vasta masa del pueblo los ideales de “democracia” fueron expresados en términos de una revolución social antes que en términos de una reforma política…
(*) Para los socialdemócratas, impregnados de los escritos de Marx de 1848-52, bonapartismo hacía referencia a Napoleón III en lugar de Napoleón I.
Extractos de “A people’s tragedy. The Russian Revolution 1891-1924” de Orlando Figes, Penguin Books, 1996, pp. 357-358.
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Las librerías vendían considerablemente historias populares de la Revolución Francesa. Había un ataque de francofilia. Francia, después de todo, era el aliado occidental más cercano de Rusia, contra Alemania –el último bastión de la autocracia–, y miembro fundador del club europeo de naciones democráticas al que Rusia estaba ingresando. La tarjeta de visita de Lvov estaba impreso en francés –“Principe Georges Lwoff. Ministre-President du Gouvernement Provisore”– como simbolizando su promoción al mundo occidental civilizado.
Pero Rusia no podía ser otra Francia. La fase constitucional de la revolución rusa –en la tradición clásica europea de 1789 y 1848– ya había sido realizada durante 1905-14. La reforma política no había dejado nada que ofrecer. Sólo una revolución social fundamental –una sin precedentes en la historia europea– era capaz de resolver los problemas de poder planteados por la caída del viejo régimen. Este fue el error básico de los Hombres de Febrero: intoxicados por su propia visión de sí mismos como herederos de 1789, se engañaron creyendo que podían resolver los problemas de 1917 importando prácticas y políticas constitucionales occidentales para el que no habían precedentes reales ni la base cultural necesaria en Rusia.
…El lenguaje de 1789, una vez que entró en Rusia en 1917, pronto fue taraducido al lenguaje de clase. Esta no era una cuestión de semántica. Demostró que para una vasta masa del pueblo los ideales de “democracia” fueron expresados en términos de una revolución social antes que en términos de una reforma política…
(*) Para los socialdemócratas, impregnados de los escritos de Marx de 1848-52, bonapartismo hacía referencia a Napoleón III en lugar de Napoleón I.
Extractos de “A people’s tragedy. The Russian Revolution 1891-1924” de Orlando Figes, Penguin Books, 1996, pp. 357-358.
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