domingo, septiembre 27

El Partido Bolchevique: El gran ausente en la "Historia" de Trotsky

Prefacio
All Power to the Soviets
Lenin 1914-1917
Tony Cliff
(Extractos)


El libro de Trotsky tiene unas grandes fortalezas pero, en mi opinión, un serio defecto. Empecemos con las fortalezas: la revolución es analizada y descrita de manera excelente, como un evento en que los millones de oprimidos que por siglos estuvieron sometidos, se levantan y dicen su palabra. Los cambios en la consciencia de los obreros, campesinos y soldados en las fervientes condiciones de la lucha son bellamente descritos.

Lo único notablemente olvidado es el Partido Bolchevique: sus militantes de base, sus cuadros, sus comités locales, su Comité Central. Este vacío en el trabajo de Trotsky debe ser entendido -hasta cierto punto- como una imagen invertida de la distorsión stalinista del papel del Partido Bolchevique en 1917.

En la leyenda stalinista el Partido Bolchevique, con unas cuantas insignificantes excepciones, siempre siguió la voluntad de Lenin. El partido era prácticamente monolítico. Nada más lejos de la verdad. Una y otra vez Lenin tuvo que luchar para ganar a los miembros de su partido. Mientras en abril su principal problema fue vencer el conservadurismo de los máximos líderes del partido, en junio e inicios de julio tuvo que lidiar con la impaciencia revolucionaria de los líderes y militantes de base. En setiembre y octubre tuvo que luchar para que el liderazgo del partido diera el gran salto hacia la insurrección: muchos de los impulsivos de abril, junio y julio –incluyendo la Organización Militar Bolchevique y el Comité Petersburgo del Partido– ahora eran demasiado cautos.

Trotsky, que estuvo fuera del campo bolchevique desde su formación hasta después de la revolución de Febrero (uniéndose oficialmente al partido a fines de julio de 1917), estaba naturalmente ansioso de probar que ser un “viejo bolchevique” no significaba estar en lo correcto en todo. La actitud política del liderazgo bolchevique antes del regreso de Lenin a Rusia y la oposición de los más prominentes líderes a la insurrección demuestran que Trotsky tenía una base. Sin embargo, en el proceso de probarlo, minimizó al partido en su conjunto. A lo largo de su “Historia” el partido es raramente mencionado. No hay una exposición sistemática, por ejemplo, de los diferentes roles del Comité Distrital de Vyborg, del Comité de Petersburgo y de la Organización Militar Bolchevique. Como el Partido Bolchevique era un partido de masas profundamente enraizado en la clase obrera, los desniveles dentro de la clase -digamos entre el proletariado de Petrogrado y de Odesa- naturalmente tenían una seria influencia en el trabajo del partido. Esto no queda claro en el libro de Trotsky.

Para transformar la palabra en acción era necesario un partido centralizado. Pero ¿cómo trabajo realmente el partido Bolchevique durante la revolución? Durante la guerra estuvo constituido por una gran cantidad de pequeños grupos, algunos con flojos vínculos orgánicos pero la mayoría separados unos de otros y de Lenin que estaba en el extranjero. ¿Cómo esos grupos locales fueron organizados en un partido combativo y coherente? ¿Cómo trabajaba la administración del partido? ¿Qué tipo de gente eran los cuadros del partido, cuál era su extracción social, sus edades, su experiencia política?

Las masas –obreros, campesinos y soldados– aparecen con toda su pasión y grandeza en la “Historia” de Trotsky... pero el partido está casi siempre ausente. Esto afecta el papel desempeñado por Lenin en el drama histórico. Como resultado de los eventos de 1917 y los posteriores, Trotsky llegó a admirar a Lenin más que a ninguna persona en su tiempo. Sin falsa modestia, vio a Lenin como a un maestro y a sí mismo como un discípulo. En la “Historia” hay muchas frases como esta: “Además de las fábricas, las barracas, las villas, el frente y los soviets, la revolución tenía otro laboratorio: el cerebro de Lenin”. Sin embargo, Lenin no podía relacionarse con las masas sino a través del partido.

El papel del partido fue elevar el nivel de consciencia y organización de la clase obrera, explicar a las masas sus propios intereses, dar una expresión política clara a las emociones y pensamientos de las masas. Si el partido fue necesario para dar confianza al proletariado acerca de su propio potencial, así también fue el papel de Lenin en relación con el partido. Para que Lenin se relacionara con las masas –para que sus consignas encontraran el camino hacia ellas y para que él aprendiera de las masas– tenían que existir los cuadros del partido. Que prácticamente todo lo que Lenin escribió en 1917 fue dirigido a los miembros del partido está probado por el simple hecho de que en su punto más alto la prensa del partido tenía una circulación sólo marginalmente mayor al número de militantes del partido. Las Tesis de Abril fueron dirigidas realmente a los miembros del partido, y sus escritos sobre la insurrección –prácticamente todos, en pocas copias, en pequeñas hojas de papel– fueron dirigidos a los cuadros del partido. El éxito de Lenin en armar el partido en abril y guiarlo a través de los súbitos cambios de abril, junio, la intentona golpista de Kornílov y finalmente la insurrección... se debió al hecho de que él personificaba la tradición del bolchevismo y a que tenía la confianza de los cuadros del partido como producto de muchos años de una ardua lucha revolucionaria. Lenin influyó en el partido y el partido influyó en la clase, y viceversa. El proletariado creó el partido y el partido formó a Lenin.

...De hecho, como la revolución fue el zenit de las actividades de Lenin, del partido y del proletariado, la fusión de los tres alcanzó su clímax en ese tiempo.


Del libro de Tony Cliff, All Power to the Soviets, Lenin 1914-1917, Haymarket Books, Chicago, 2004, pp. 7-9. Traducción Thiago.




El problema fundamental de toda revolución (Lenin)

Rabochi Put Nº 10 del 14 (27) de setiembre de 1917

El problema fundamental de toda revolución es, indudablemente, el problema del poder. Lo decisivo es qué clase tiene el poder...

No se puede esquivar ni apartar el problema del poder, pues es precisamente el problema fundamental que lo determina todo en el desarrollo de la revolución, en su política exterior e interior. Que nuestra revolución “ha gastado inútilmente” seis meses en vacilaciones respecto a la organización del poder es un hecho indiscutible, originado por la política vacilante de los eseristas y de los mencheviques. Pero, a su vez, la política de estos partidos ha sido determinada, en última instancia, por la posición de clase de la pequeña burguesía, por su inestabilidad económica en la lucha entre el capital y el trabajo.

La cuestión reside ahora en saber si la democracia pequeñoburguesa ha aprendido algo en estos importantísimos seis meses, extraordinariamente ricos de contenido. Si la respuesta es negativa, ello significará que la revolución ha sucumbido y sólo podrá salvarla una insurrección victoriosa del proletariado. Si la respuesta es afirmativa, habrá que empezar por crear sin demora un poder firme y estable. Durante una revolución popular, es decir, que despierta a la vida a las masas, a la mayoría de los obreros y los campesinos, sólo puede ser estable un poder que se apoye a sabiendas y de manera indefectible en la mayoría de la población. Hasta ahora, el poder del Estado sigue, de hecho, en Rusia, en manos de la burguesía, la cual se ve obligada únicamente a hacer concesiones parciales (para empezar a anularlas al día siguiente), repartir promesas (para no cumplirlas), buscar todos los medios posibles de encubrir su dominio (para engañar al pueblo con la apariencia de una “coalición honesta”) y etc., etc. De palabra, un gobierno revolucionario, democrático y popular; en la práctica, un gobierno burgués, contrarrevolucionario, antidemocrático y antipopular: ahí está la contradicción que ha existido hasta hoy y que ha sido el origen de la total inestabilidad y de las vacilaciones del poder, de todo ese “carrusel ministerial” a que se han dedicado con fervor tan lamentable (para el pueblo) los señores eseristas y mencheviques.

O la disolución de los Soviets y su muerte sin pena ni gloria, o todo el poder a los Soviets: esto lo dije ante el Congreso de los Soviets de toda Rusia a principios de junio de 1917, y la historia de julio y agosto ha confirmado de manera convincente y exhaustiva la justedad de estas palabras. El poder de los Soviets es el único que puede ser estable y apoyarse a ciencia cierta en la mayoría del pueblo, por más que mientan los lacayos de la burguesía, los Potrésov, los Plejánov y otros, que denominan “ampliación de la base” del poder a su entrega efectiva a una minoría insignificante del pueblo, a la burguesía, a los explotadores.

Sólo el Poder soviético podría ser estable, sólo él no podría ser derrocado ni siquiera en los momentos más tempestuosos de la revolución más violenta; sólo ese poder podría garantizar un desarrollo continuo y amplio de la revolución, una lucha pacífica de los partidos dentro de los Soviets. Mientras no se cree un poder de este tipo, serán inevitables la indecisión, la inestabilidad, las vacilaciones, las interminables “crisis del poder”, la comedia sin desenlace del carrusel ministerial, los estallidos de derecha y de izquierda.

Pero la consigna de “El poder a los Soviets” se entiende muy a menudo, si no casi siempre, de una manera completamente equivocada: en el sentido de “un ministerio formado con los partidos mayoritarios de los Soviets”; y esta opinión, profundamente equivocada, es la que desearíamos examinar con más detalle.
...
“El poder a los Soviets” significa transformar por completo y de manera radical la vieja máquina del Estado, un aparato burocrático que frena todo lo democrático; significa suprimir dicho aparato y remplazarlo por otro nuevo, popular, o sea, auténticamente democrático, el de los Soviets, el de la mayoría organizada y armada del pueblo: obreros, soldados y campesinos; significa ofrecer la iniciativa y la independencia a la mayoría del pueblo no sólo en la elección de los diputados, sino también en la administración del Estado y en la realización de reformas y transformaciones.

...un cambio de ministros tiene muy poca importancia, pues la labor administrativa real se encuentra en manos de un ejército gigantesco de funcionarios. Y este ejército está impregnado hasta la médula de espíritu antidemocrático, está ligado por miles y millones de hilos a los terratenientes y la burguesía, dependiendo de ambos en todas las formas imaginables. Este ejército está rodeado de una atmósfera de relaciones burguesas y sólo respira ese aire; se ha congelado, encallecido y anquilosado; carece de fuerzas para escapar de esa atmósfera; sólo puede pensar, sentir y obrar a la antigua. Este ejército está ligado por relaciones de respeto a la jerarquía, por determinados privilegios de los empleos “públicos”, y sus cuadros superiores se hallan subordinados por completo, mediante las acciones y los bancos, al capital financiero y vienen a ser, en cierta medida, sus agentes, los vehículos de sus intereses y de su influencia.

Tratar de efectuar con ese aparato estatal transformaciones como la supresión de la propiedad terrateniente sin indemnización o el monopolio del trigo, etc., es una mera ilusión... Por eso resulta siempre que, con todos los posibles ministerios “de coalición” en que participan “socialistas”, estos socialistas vienen a ser en la práctica, aun en el caso de que algunos de ellos demuestren la mayor probidad, un simple adorno o una pantalla del gobierno burgués, un pararrayos de la indignación popular provocada por ese gobierno, un instrumento del gobierno para engañar a las masas. Así ocurrió con Luis Blanc en 1848; así ha ocurrido desde entonces docenas de veces en Inglaterra y Francia al participar los socialistas en el gobierno; así fue con los Chernov y los Tsereteli en 1917; así fue y así será mientras se mantenga el régimen burgués y se conserve intangible el viejo aparato estatal burgués y burocrático.

Los Soviets de diputados obreros, soldados y campesinos son valiosos, sobre todo, porque constituyen un tipo de aparato estatal nuevo, inmensamente más elevado e incomparablemente más democrático. Los eseristas y los mencheviques han hecho todo lo posible y lo imposible para transformar los Soviets (en particular el de Petrogrado y el de toda Rusia, o sea, el Comité Ejecutivo Central) en corrillos de charlatanes, que se dedicaban, con el pretexto del “control”, a adoptar resoluciones estériles y expresar deseos, a los que el gobierno daba carpetazo con la más cortés y amable sonrisa. Pero bastó la “fresca brisa” de la korniloviada, que anunciaba una buena tormenta, para que el aire viciado del Soviet se purificara por algún tiempo y la iniciativa de las masas revolucionarias empezara a manifestarse como algo grandioso, potente e invencible.

Que aprendan de este ejemplo histórico todos los incrédulos. Que se avergüencen quienes dicen: “No tenemos un aparato que pueda remplazar al viejo, que tiende ineluctablemente a defender a la burguesía”. Porque ese aparato existe. Son los Soviets. No teman la iniciativa ni la independencia de las masas, confíen en sus organizaciones revolucionarias y verán en todos los ámbitos de la vida pública la misma fuerza, grandiosidad e invencibilidad de que dieron pruebas los obreros y los campesinos en su unión y su ímpetu contra la korniloviada.

Falta de fe en las masas, miedo a su iniciativa, temor a que actúen por sí mismas, estremecimiento ante su energía revolucionaria, en vez de un apoyo total y sin reservas: tales han sido los mayores pecados de los jefes eseristas y mencheviques. Ahí está una de las raíces más profundas de su indecisión, de sus vacilaciones, de sus incontables e infinitamente estériles tentativas de verter vino nuevo en los viejos odres de la vieja máquina estatal, burocrática.
...
¿Qué significaría, en la práctica, esta dictadura [del proletariado y los campesinos pobres]? Significaría que sería aplastada la resistencia de los kornilovistas y quedaría restablecida y consumada la democratización completa del ejército. El 99% del ejército sería partidario entusiasta de esta dictadura a los dos días de establecida. Esta dictadura daría la tierra a los campesinos y todo el poder a los comités locales de campesinos. ¿Cómo puede alguien, entonces, si está en su sano juicio, poner en duda que los campesinos apoyarían semejante dictadura? Lo que Peshejónov sólo prometió (“la resistencia de los capitalistas ha sido aplastada”: palabras textuales de Peshejónov en su célebre discurso ante el Congreso de los Soviets), lo llevaría a la práctica esta dictadura, lo haría realidad, sin suprimir en lo más mínimo las organizaciones democráticas de abastecimiento, de control, etc., que han empezado ya a formarse, sino, por el contrario, apoyándolas y fomentándolas y eliminando todo lo que dificulte su funcionamiento.

Sólo la dictadura de los proletarios y de los campesinos pobres es capaz de romper la resistencia de los capitalistas, ejercer el poder con una audacia y una decisión en verdad grandiosas y asegurarse un apoyo entusiasta, sin reservas y auténticamente heroico de las masas tanto en el ejército como entre los campesinos.

El poder a los Soviets: eso es lo único que podría hacer gradual, pacífico y tranquilo el desarrollo ulterior, poniéndolo por completo al nivel de la conciencia y la decisión de la mayoría de las masas populares, al nivel de su propia experiencia. El poder a los Soviets significa la entrega total de la gobernación del país y del control de su economía a los obreros y a los campesinos, a quienes nadie se atrevería a oponer resistencia y quienes aprenderían rápidamente con su experiencia, con su propia experiencia, a distribuir acertadamente la tierra, las provisiones y el trigo.