domingo, abril 12

A través de Alemania en el vagón precintado

Lenin y Fritz Platten en la Internacional. 1919

Cuando, después de la Revolución de Febrero de 1917, Vladímir Ilich se convenció de que los países de la Entente nunca permitirían que él y sus camaradas hicieran el viaje a Rusia, habían aún dos posibilidades disponibles: viajar a través de Alemania ilegalmente o viajar con el conocimiento de las autoridades alemanas.

Cruzar ilegalmente implicaba un gran riesgo, primero porque podíamos ser fácilmente detenidos por un largo tiempo, y también porque hubiera sido difícil distinguir a los traficantes -cuyos servicios utilizaríamos- y espías del gobierno alemán. Si los bolcheviques llegaban a un acuerdo con el gobierno alemán para viajar a través de su territorio, entonces esto se haría de un modo completamente abierto, con el fin de minimizar el riesgo que todo esto podía significar para Lenin como líder de la revolución proletaria. Todos estuvimos a favor de un acuerdo abierto.

En nombre de Vladímir Ilich recurrí –acompañado de Paul Levi, miembro del grupo Espartaco, que se encontraba temporalmente en Suiza- al representante de Frankfurter Zeitung, quien era conocido nuestro... A través de él, preguntamos al embajador alemán Romberg si Alemania permitiría a emigrados retornar a Rusia pasando por su territorio. Romberg, a su vez, indagó en el Ministerio de Asuntos Exteriores en Berlín y recibió una respuesta que fue en principio favorable. De ahí, elaboramos las condiciones en las que aceptaríamos viajar a través de Alemania. Las principales condiciones eran las siguientes: el gobierno alemán permitiría viajar a los emigrados sin preguntar sus nombres; éstos gozarían de la protección del status de extraterritotialidad y nadie estaría autorizado a establecer contacto con ellos durante el viaje. Con estas condiciones, enviamos al diputado socialista suizo Robert Grimm –secretario del sindicato de Zimmerwald- y a nuestro aliado político camarada Platten a ver a Romberg.

Después de la reunión con el embajador alemán, nos reunimos en la sede del sindicato. Grimm nos contó la sorpresa del embajador alemán cuando ellos le leyeron nuestras condiciones para el viaje. “Perdónenme, dijo el embajador alemán, pero me parece que no soy yo quien está pidiendo permiso para viajar a Rusia; son el señor Uliánov y los otros los que están pidiendo permiso para viajar a través de Alemania. Aquí somos nosotros quienes estamos en posición de imponer condiciones”. Sin embargo, él transmitió nuestra propuesta a Berlín...

Los alemanes esperaban que en Rusia los bolcheviques actuarían como opositores a la guerra y se declararon conformes con nuestras condiciones. Recomiendo a quienes aún levantan la voz contra los bolcheviques sobre este tema que lean las memorias de Ludendorff, quien aún se jala de los cabellos por haber permitido el paso a los bolcheviques porque finalmente comprendió que así no se estaba haciendo ningún servicio al imperialismo alemán sino a la revolución mundial.

Entonces nos alistamos y viajamos en un tren suizo hasta Schaffhausen donde nos cambiamos a un tren alemán. Hubo un momento de ansiedad que se ha quedado grabado en mi memoria. Los oficiales alemanes que nos esperaban, nos condujeron a la aduana donde tenían las municiones que iban a transportar a Rusia. Según lo acordado, ellos no tenían por qué pedirnos nuestros documentos. Separaron a los hombres de las mujeres... Esperamos en silencio, con mucha ansiedad. Lenin fue rodeado por los camaradas, pacíficamente, contra la pared. No queríamos que ellos lo mantuvieran bajo observación...

Ilich trabajó durante el viaje. Leía, hacía anotaciones en cuadernos, pero también se preocupaba por organizar los asuntos...

Creo que fue en Karlsruhe que Platten nos informó que un líder de los sindicatos alemanes, Janson, estaba en el tren y que traía saludos de Legien y de los dirigentes sindicales. Ilich nos ordenó que le dijéramos que se vaya “al diablo” y rehusó atenderlo. Como Janson me conocía y dado que yo era austríaco, los camaradas temían que se supiera que yo viajaba con ellos... Entonces fui escondido en el compartimento del equipaje y fui proveído de cincuenta periódicos para que permaneciera callado y no armara escándalo. El pobre Janson fue enviado por Platten al vagón de los oficiales alemanes que nos acompañaban. A pesar de eso, demostró bastante preocupación por nosotros; compró periódicos alemanes en cada estación pero Platten lo ofendió reembolsándole todo lo que hubo gastado.

En Frankfurt, el tren se detuvo por largo tiempo y la plataforma fue sellada por los militares. De repente, el cordón se rompió cuando los soldados alemanes vinieron corriendo hacia nosotros. Habían escuchado que revolucionarios rusos que estaban a favor de la paz, viajaban en el tren... Entusiasmados nos preguntaban cuándo empezaría la paz. Esta actitud nos decía más sobre la situación de lo que el gobierno alemán podía advertir. El hecho era de lo más característico dado que los soldados eran todos partidarios de Scheidemann. Después de esto, no vimos a nadie más durante el viaje.

En Berlín, la plataforma fue acordonada por la policía. Luego continuamos hasta Sassnitz donde abordamos el vapor sueco. Ahí fuimos requeridos para cumplir con las formalidades usuales y nos pidieron llenar un formulario. Ilich sospechó una trampa y nos aconsejó usar seudónimos que más tarde serían motivo de graciosos malos entendidos. La radio de la barca recibió desde Trelleborg la pregunta de nuestro camarada Ganetsky sobre si un Uliánov estaba a bordo. Revisando los formularios, el capitán vio que no había ningún Uliánov en el grupo, pero por si acaso preguntó si había algún señor Uliánov entre nosotros. Ilich dudó un momento y luego admitió que era él; Ganetsky fue entonces informado de que nos acercábamos.

En Trelleborg dejamos una “notable” impresión. Ganetsky nos invitó a cenar... Pobres de nosotros que en Suiza estábamos acostumbrados a tener no más de un pescadito de almuerzo, vimos esa enorme mesa con inumerables entremeses: corrimos como una plaga de langostas y vaciamos completamente la mesa para asombro de los meseros que estaban acostumbrados a ver sólo gente civilizada en sus mesas. Vladímir Ilich no comió nada. El trataba de obtener de Ganetsky todo lo que podía acerca de la revolución rusa pero Ganetsky no sabía nada.

La siguiente mañana arribamos a Estocolmo. Allí camaradas suecos, periodistas y fotógrafos nos esperaban. A la cabeza de los camaradas suecos estaba el Dr. Karleson...que en ese entonces nos recibió como el más sólido de los socialistas de izquierda suecos. El y el honorable y sentimental alcalde de Estocolmo, Lindhagen, presidieron el desayuno dado en nuestro honor...

Probablemente fue la presencia de nuestros camaradas suecos lo que nos motivó el poderoso deseo de que Ilich luzca algo más como un ser humano. Le persuadimos para que al menos compre un par de zapatos. El viajaba con unas botas de montaña con enormes clavos. Aun si él quería arruinar los caminos de las náuseabundas ciudades burguesas suizas con esas botas, le dijimos que su conciencia debería prohibirle de llevar esos instrumentos de destrucción a Petrogrado, donde quizá no quedaba pavimento alguno... llevamos a Ilich a una tienda por departamentos de Estocolmo. Ahí compramos algunos zapatos para Ilich y lo urgimos a que se equipara con otros artículos de vestir. Se resistió lo mejor que pudo y nos preguntaba si nosotros pensábamos que el quería abrir una tienda de ropa en Petrogrado. Finalmente, prevalecimos y también le proveímos de un par de pantalones que vi que los usaba todavía cuando vine a Petrogrado en Octubre aunque ya no estaban en las mejores condiciones debido al trajín de la revolución rusa.

En Estocolmo, Parvus intentó entrevistarse con Lenin en calidad de representante del comité central de la Socialdemocracia Alemana, pero Ilich no sólo rehusó recibirlo sino que nos encargó a Vorovsky, Ganetsky y a mí, además de los camaradas suecos, a hacer un testimonio formal de este hecho...

El momento de la partida se acercaba. Junto con los camaradas suecos y parte de la colonia rusa en Estocolmo fuimos del hotel Regina hacia la estación. Cuando nuestros camaradas ya habían abordado el tren, uno de lo rusos se sacó el sombrero y dirigió a Lenin un discurso. La emoción al inicio del discurso, en el que Lenin fue festejado como “nuestro querido líder”, motivó que Lenin se levantara molesto, pero el orador tomó la ofensiva. El meollo de lo que dijo fue más o menos como sigue: Tranquilo, querido líder, que en Petrogrado no provocarás ningún desorden desagradable. La perplejidad con la que Lenin había escuchado el cumplido de las primeras frases del discurso se redujo a una furtiva sonrisa. El tren empezó a moverse, y por un momento pudimos aún ver esa sonrisa...


Extractos del artículo de Karl Rádek publicado en Fritz Platten, Die Reise Lenins durch Deutschland im plombierten Wagen, Berlín, 1924. Traducción propia.

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