Mil novecientos diecisiete fue, para parafrasear a Lenin, un juego de dos pasos adelante, uno para atrás. Durante junio, los radicales del brazo armado del Partido Bolchevique –la Organización Militar, que ahora aseguraba la lealtad de 60,000 soldados– exigían una manifestación armada. La fecha establecida para esta casual revolución fue el 10 de junio. En la reunión del Partido, Lenin los apoyó. Era “equivocado forzar las cosas e igualmente equivocado dejar pasar la oportunidad” opinó Stalin, que ayudó a planear la manifestación y escribió la proclama: “A la vista de los obreros armados, la burguesía correrá a esconderse”. Zinoviev y Kámenev se opusieron.
El 9 de junio, en el Soviet, los mencheviques leyeron el llamamiento de Stalin, y Tsereteli enfiló contra “la conspiración bolchevique para tomar el poder”. Lenin necesitaba el apoyo del Soviet –esperaba usar su legitimidad como cobertura para su golpe bolchevique. Por el contrario, el Soviet prohibió las manifestaciones. Después de horas de pánico, Lenin decidió cancelarla: “Un movimiento equivocado de nuestra parte puede arruinarlo todo”. Se hizo tan cauto como Kámenev y Stalin lo habían sido en marzo. El 11, Stalin criticó esta “intolerable vacilación” y amenazó con renunciar.
El Soviet, desafiante, realizó su propia manifestación el 18 de junio, pero los bolcheviques se apropiaron de ella, con Stalin publicando su proclamación en Pravda. Fue un triunfo propagandístico.”El día es claro y soleado’, informaba Stalin al siguiente día, “la columna de manifestantes es interminable. Desde la mañana hasta el anochecer, la procesión fluye hacia el Campo de Marte, un bosque de banderas...el tronar de las voces hace estremecer el aire.. A la Marsellesa y a la Internacional sucede el 'Ustedes cayeron en la lucha'”. Hubo “gritos de ‘¡Todo el Poder a los Soviets!’... pero ninguna fábrica y ningún regimiento llevaban la consigna de ‘¡Confianza en el Gobierno Provisional!’'. Mientras tanto en la guerra en marcha contra la Alemania imperial, Kerensky, el ministro de Guerra, ordenó una ofensiva que esperaba reforzaría al gobierno. La ofensiva –la última de Rusia en la guerra– fue un desastre.
Extracto de “Young Stalin” de Simon Sebag Montefiore, Vintage Books, 2008, p. 319. Traducción propia.
El 9 de junio, en el Soviet, los mencheviques leyeron el llamamiento de Stalin, y Tsereteli enfiló contra “la conspiración bolchevique para tomar el poder”. Lenin necesitaba el apoyo del Soviet –esperaba usar su legitimidad como cobertura para su golpe bolchevique. Por el contrario, el Soviet prohibió las manifestaciones. Después de horas de pánico, Lenin decidió cancelarla: “Un movimiento equivocado de nuestra parte puede arruinarlo todo”. Se hizo tan cauto como Kámenev y Stalin lo habían sido en marzo. El 11, Stalin criticó esta “intolerable vacilación” y amenazó con renunciar.
El Soviet, desafiante, realizó su propia manifestación el 18 de junio, pero los bolcheviques se apropiaron de ella, con Stalin publicando su proclamación en Pravda. Fue un triunfo propagandístico.”El día es claro y soleado’, informaba Stalin al siguiente día, “la columna de manifestantes es interminable. Desde la mañana hasta el anochecer, la procesión fluye hacia el Campo de Marte, un bosque de banderas...el tronar de las voces hace estremecer el aire.. A la Marsellesa y a la Internacional sucede el 'Ustedes cayeron en la lucha'”. Hubo “gritos de ‘¡Todo el Poder a los Soviets!’... pero ninguna fábrica y ningún regimiento llevaban la consigna de ‘¡Confianza en el Gobierno Provisional!’'. Mientras tanto en la guerra en marcha contra la Alemania imperial, Kerensky, el ministro de Guerra, ordenó una ofensiva que esperaba reforzaría al gobierno. La ofensiva –la última de Rusia en la guerra– fue un desastre.
Extracto de “Young Stalin” de Simon Sebag Montefiore, Vintage Books, 2008, p. 319. Traducción propia.
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