Informe sobre la Cuestión Nacional
Antes de pasar al proyecto de resolución, hay que sentar algunas premisas.
¿Qué es la opresión nacional. La opresión nacional la constituyen ese sistema de explotación y de saqueo de los pueblos sojuzgados, esas medidas de limitación forzosa de los derechos de los pueblos avasallados, que aplican los círculos imperialistas. Todo eso, sumado, da una idea de la política conocida generalmente por política de opresión nacional.
La primera cuestión es la de en qué clases se apoya este o el otro Poder en su política de opresión nacional. Para responder a esta pregunta debemos comprender por qué en distintos Estados existen distintas formas de opresión nacional, por qué en unos Estados esa opresión es más dura y brutal que en otros. En Inglaterra y en Austria-Hungría, por ejemplo, la opresión nacional jamás se ha traducido en pogromos, pero sí ha existido bajo la forma de restricciones de los derechos nacionales de los pueblos oprimidos. En Rusia, en cambio, tomaba con frecuencia la forma de pogromos y de matanzas. En otros Estados, por el contrario, no se aplican ningunas medidas específicas contra las minorías nacionales. En Suiza, por ejemplo, donde viven libremente franceses, italianos y alemanes, no hay opresión nacional.
¿Cómo se explica, pues, la diferente actitud hacia las nacionalidades en los diferentes Estados?
Por el distinto grado de democracia en esos Estados. En otros tiempos, cuando la vieja aristocracia agraria detentaba el Poder en Rusia, la opresión nacional podía tomar, y en efecto tomaba, la forma monstruosa de matanzas y de pogromos. En Inglaterra, donde hay cierta democracia y cierta libertad política, la opresión nacional reviste un carácter menos brutal. En cuanto a Suiza, que se aproxima a una sociedad democrática, las nacionalidades gozan en ella de una libertad más o menos completa. En una palabra: cuanto más democrático es un país, tanto menor es en él la opresión nacional, y al revés. Y como nosotros entendemos por democracia que el Poder esté en manos de determinadas clases, desde este punto de vista podemos decir que cuanto mayor sea la participación en el Poder de la vieja aristocracia agraria, como era el caso en la vieja Rusia zarista, tanto mayor será la opresión y tanto más monstruosas serán las formas que adopte.
Ahora bien, la opresión nacional no sólo es apoyada por la aristocracia agraria. Al lado de ella hay otra fuerza, los grupos imperialistas, que implantan en su propio país los métodos de sojuzgamiento de los pueblos aprendidos en las colonias y de esa manera se convierten en aliados naturales de la aristocracia agraria. Siguen a estos grupos la pequeña burguesía, parte de los intelectuales y parte de la aristocracia obrera, que también gozan de los frutos del saqueo. Así resulta todo un coro de fuerzas sociales, que apoyan la opresión nacional, encabezadas por la aristocracia agraria y la aristocracia financiera. Para crear un sistema verdaderamente democrático, es preciso, ante todo, desbrozar el terreno y retirar a ese coro del escenario político. (Lee el texto de la resolución.)
La primera cuestión es: ¿cómo organizar la vida política de las naciones oprimidas? A esta pregunta debemos contestar que a los pueblos oprimidos que forman parte de Rusia se les debe conceder el derecho de decidir ellos mismos si desean continuar dentro del Estado ruso o si quieren separarse y formar Estados independientes. Asistimos ahora a un conflicto concreto, al conflicto entre el pueblo finlandés y el Gobierno Provisional. Los representantes del pueblo finlandés, los representantes de la socialdemocracia, exigen que el Gobierno Provisional devuelva al pueblo los derechos de que gozaba antes de su incorporación a Rusia. El Gobierno Provisional se niega y no reconoce la soberanía del pueblo finlandés. ¿Por quién debemos tomar partido? Evidentemente, por el pueblo finlandés, pues es inconcebible que se pueda aceptar la retención forzosa de cualquier pueblo en los límites de un Estado. Al propugnar el principio del derecho de los pueblos a la autodeterminación, elevamos la lucha contra la opresión nacional a la altura de la lucha contra el imperialismo, nuestro enemigo común. No haciendo esto, podemos vernos en la situación de gentes que llevan el agua al molino de los imperialistas. Si nosotros, los socialdemócratas, negáramos al pueblo finlandés el derecho a declarar su voluntad de separarse y el derecho a hacer realidad su deseo, nos colocaríamos en la postura de continuadores de la política del zarismo.
No se puede confundir la cuestión del derecho de las naciones a separarse libremente con la cuestión de si es obligatorio separarse en un momento dado. El Partido del proletariado debe decidir esta cuestión en cada caso concreto, de acuerdo con las circunstancias. Cuando reconocemos el derecho de los pueblos oprimidos a la separación, el derecho a decidir su destino político, no resolvemos si esta o la otra nación debe separarse del Estado ruso en el momento dado. Yo puedo reconocer el derecho de una nación a separarse, pero ello no quiere decir que la obligue a hacerlo. Un pueblo tiene derecho a separarse, pero, en dependencia de las circunstancias, puede no ejercer este derecho. Nos queda, pues, el derecho de hacer agitación en pro o en contra de la separación, en correspondencia con los intereses del proletariado, con los intereses de la revolución proletaria. De esta manera, la separación debe decidirse en cada caso concreto, en dependencia de la situación; por ello, precisamente, el reconocimiento del derecho a separarse no debe ser confundido con la conveniencia de la separación en estas o en aquellas condiciones. Yo, personalmente, me manifestaría, por ejemplo, contra la separación de la Transcaucasia, tomando en consideración el desarrollo común de la Transcaucasia y de Rusia, ciertas condiciones de la lucha del proletariado, etc. Pero si, no obstante, los pueblos de la Transcaucasia exigieran la separación, se separarían naturalmente, y nosotros no nos opondríamos a ello. (Sigue leyendo el texto de la resolución.)
Prosigamos. ¿Qué hacer con los pueblos que quieran permanecer dentro del Estado ruso? La desconfianza que los pueblos sentían hacia Rusia era nutrida, ante todo, por la política del zarismo. Pero ahora que el zarismo ya no existe, ahora que ya no existe su política de opresión nacional, la desconfianza debe disminuir, y la atracción hacia Rusia debe crecer. Creo que, después del derrocamiento del zarismo, las nueve décimas partes de las nacionalidades no querrán separarse. Por eso el Partido propone la autonomía regional para las regiones que no quieran separarse y que se distingan por sus usos y costumbres y por su idioma, como, por ejemplo, la Transcaucasia, el Turkestán y Ucrania. Los límites geográficos de esas regiones autónomas deben ser establecidos por la población misma, de acuerdo con las condiciones económicas, los usos y las costumbres, etc.
En oposición a la autonomía regional, existe otro plan, recomendado desde hace mucho por el Bund y, ante todo, por Springer y Bauer, que propugnan el principio de la autonomía cultural-nacional. Considero que ese plan es inaceptable para la socialdemocracia. Su esencia consiste en lo siguiente: Rusia debe convertirse en una unión de naciones, y las naciones, en una unión de personas, agrupadas en una sola sociedad, sean cuales fueren las partes del Estado donde vivan. Todos los rusos, todos los armenios, etc. se organizan en uniones nacionales particulares, independientemente del territorio, y sólo después se incorporan a la unión de naciones de toda Rusia. Este plan es en grado sumo improcedente y poco práctico. El hecho es que el desarrollo del capitalismo ha dispersado grupos enteros de personas, los ha separado de la nación, esparciéndolos por distintos confines de Rusia. Dada la dispersión de las naciones, consecuencia de las condiciones económicas, reunir a las distintas personas de cada una de dichas naciones es dedicarse a organizar artificialmente naciones, a construir naciones. Y dedicarse a agrupar artificialmente a las personas en naciones sería adoptar el punto de vista del nacionalismo. Ese plan, propuesto por el Bund, no puede ser aprobado por la socialdemocracia. Ese plan fue rechazado en la Conferencia de 1912 de nuestro Partido y, en general, excepción hecha del Bund, no goza de popularidad en los círculos socialdemócratas. Ese plan es conocido también bajo el nombre de autonomía cultural, porque; entre las diversas cuestiones que interesan a una nación, destaca los asuntos culturales y los ponen en manos de las uniones nacionales. Para ello le sirve de punto de partida la tesis de que la cultura liga a las naciones en un todo único. Se supone que en el seno de una nación hay, por un lado, intereses que la dividen, como son, por ejemplo, los intereses económicos, y, por otro lado, intereses que la ligan en un todo único, siendo estos últimos intereses, precisamente, las cuestiones culturales.
Por último, queda el problema de las minorías nacionales. Sus derechos deben ser protegidos especialmente.
Por eso el Partido exige plena igualdad de derechos en cuanto a las escuelas, la religión, etc., y que sea anulada toda restricción de los derechos de las minorías nacionales.
Existe el artículo 9, que proclama la igualdad de derechos de las naciones. Las condiciones necesarias para su aplicación sólo pueden darse cuando toda la sociedad haya sido democratizada enteramente.
Debemos, además, resolver la cuestión de cómo organizar al proletariado de las distintas naciones en un solo partido común. Un plan propone que los obreros se organicen por nacionalidades: tantas naciones, tantos partidos. Este plan ha sido rechazado por la socialdemocracia. La práctica ha mostrado que la organización del proletariado de un Estado por nacionalidades únicamente conduce a destruir la idea de la solidaridad de clase. Todos los proletarios de todas las naciones de un Estado deben organizarse en una colectividad proletaria indivisible.
Así, pues, nuestro punto de vista en la cuestión nacional se reduce a las siguientes tesis:
a) reconocimiento del derecho de los pueblos a la separación;
b) para los pueblos que permanezcan dentro de un mismo Estado: la autonomía regional;
c) para las minorías nacionales: una legislación especial que les garantice el libre desarrollo;
VII Conferencia de Toda Rusia del POSDR (bolchevique)
por José Stalin
Antes de pasar al proyecto de resolución, hay que sentar algunas premisas.
¿Qué es la opresión nacional. La opresión nacional la constituyen ese sistema de explotación y de saqueo de los pueblos sojuzgados, esas medidas de limitación forzosa de los derechos de los pueblos avasallados, que aplican los círculos imperialistas. Todo eso, sumado, da una idea de la política conocida generalmente por política de opresión nacional.
La primera cuestión es la de en qué clases se apoya este o el otro Poder en su política de opresión nacional. Para responder a esta pregunta debemos comprender por qué en distintos Estados existen distintas formas de opresión nacional, por qué en unos Estados esa opresión es más dura y brutal que en otros. En Inglaterra y en Austria-Hungría, por ejemplo, la opresión nacional jamás se ha traducido en pogromos, pero sí ha existido bajo la forma de restricciones de los derechos nacionales de los pueblos oprimidos. En Rusia, en cambio, tomaba con frecuencia la forma de pogromos y de matanzas. En otros Estados, por el contrario, no se aplican ningunas medidas específicas contra las minorías nacionales. En Suiza, por ejemplo, donde viven libremente franceses, italianos y alemanes, no hay opresión nacional.
¿Cómo se explica, pues, la diferente actitud hacia las nacionalidades en los diferentes Estados?
Por el distinto grado de democracia en esos Estados. En otros tiempos, cuando la vieja aristocracia agraria detentaba el Poder en Rusia, la opresión nacional podía tomar, y en efecto tomaba, la forma monstruosa de matanzas y de pogromos. En Inglaterra, donde hay cierta democracia y cierta libertad política, la opresión nacional reviste un carácter menos brutal. En cuanto a Suiza, que se aproxima a una sociedad democrática, las nacionalidades gozan en ella de una libertad más o menos completa. En una palabra: cuanto más democrático es un país, tanto menor es en él la opresión nacional, y al revés. Y como nosotros entendemos por democracia que el Poder esté en manos de determinadas clases, desde este punto de vista podemos decir que cuanto mayor sea la participación en el Poder de la vieja aristocracia agraria, como era el caso en la vieja Rusia zarista, tanto mayor será la opresión y tanto más monstruosas serán las formas que adopte.
Ahora bien, la opresión nacional no sólo es apoyada por la aristocracia agraria. Al lado de ella hay otra fuerza, los grupos imperialistas, que implantan en su propio país los métodos de sojuzgamiento de los pueblos aprendidos en las colonias y de esa manera se convierten en aliados naturales de la aristocracia agraria. Siguen a estos grupos la pequeña burguesía, parte de los intelectuales y parte de la aristocracia obrera, que también gozan de los frutos del saqueo. Así resulta todo un coro de fuerzas sociales, que apoyan la opresión nacional, encabezadas por la aristocracia agraria y la aristocracia financiera. Para crear un sistema verdaderamente democrático, es preciso, ante todo, desbrozar el terreno y retirar a ese coro del escenario político. (Lee el texto de la resolución.)
La primera cuestión es: ¿cómo organizar la vida política de las naciones oprimidas? A esta pregunta debemos contestar que a los pueblos oprimidos que forman parte de Rusia se les debe conceder el derecho de decidir ellos mismos si desean continuar dentro del Estado ruso o si quieren separarse y formar Estados independientes. Asistimos ahora a un conflicto concreto, al conflicto entre el pueblo finlandés y el Gobierno Provisional. Los representantes del pueblo finlandés, los representantes de la socialdemocracia, exigen que el Gobierno Provisional devuelva al pueblo los derechos de que gozaba antes de su incorporación a Rusia. El Gobierno Provisional se niega y no reconoce la soberanía del pueblo finlandés. ¿Por quién debemos tomar partido? Evidentemente, por el pueblo finlandés, pues es inconcebible que se pueda aceptar la retención forzosa de cualquier pueblo en los límites de un Estado. Al propugnar el principio del derecho de los pueblos a la autodeterminación, elevamos la lucha contra la opresión nacional a la altura de la lucha contra el imperialismo, nuestro enemigo común. No haciendo esto, podemos vernos en la situación de gentes que llevan el agua al molino de los imperialistas. Si nosotros, los socialdemócratas, negáramos al pueblo finlandés el derecho a declarar su voluntad de separarse y el derecho a hacer realidad su deseo, nos colocaríamos en la postura de continuadores de la política del zarismo.
No se puede confundir la cuestión del derecho de las naciones a separarse libremente con la cuestión de si es obligatorio separarse en un momento dado. El Partido del proletariado debe decidir esta cuestión en cada caso concreto, de acuerdo con las circunstancias. Cuando reconocemos el derecho de los pueblos oprimidos a la separación, el derecho a decidir su destino político, no resolvemos si esta o la otra nación debe separarse del Estado ruso en el momento dado. Yo puedo reconocer el derecho de una nación a separarse, pero ello no quiere decir que la obligue a hacerlo. Un pueblo tiene derecho a separarse, pero, en dependencia de las circunstancias, puede no ejercer este derecho. Nos queda, pues, el derecho de hacer agitación en pro o en contra de la separación, en correspondencia con los intereses del proletariado, con los intereses de la revolución proletaria. De esta manera, la separación debe decidirse en cada caso concreto, en dependencia de la situación; por ello, precisamente, el reconocimiento del derecho a separarse no debe ser confundido con la conveniencia de la separación en estas o en aquellas condiciones. Yo, personalmente, me manifestaría, por ejemplo, contra la separación de la Transcaucasia, tomando en consideración el desarrollo común de la Transcaucasia y de Rusia, ciertas condiciones de la lucha del proletariado, etc. Pero si, no obstante, los pueblos de la Transcaucasia exigieran la separación, se separarían naturalmente, y nosotros no nos opondríamos a ello. (Sigue leyendo el texto de la resolución.)
Prosigamos. ¿Qué hacer con los pueblos que quieran permanecer dentro del Estado ruso? La desconfianza que los pueblos sentían hacia Rusia era nutrida, ante todo, por la política del zarismo. Pero ahora que el zarismo ya no existe, ahora que ya no existe su política de opresión nacional, la desconfianza debe disminuir, y la atracción hacia Rusia debe crecer. Creo que, después del derrocamiento del zarismo, las nueve décimas partes de las nacionalidades no querrán separarse. Por eso el Partido propone la autonomía regional para las regiones que no quieran separarse y que se distingan por sus usos y costumbres y por su idioma, como, por ejemplo, la Transcaucasia, el Turkestán y Ucrania. Los límites geográficos de esas regiones autónomas deben ser establecidos por la población misma, de acuerdo con las condiciones económicas, los usos y las costumbres, etc.
En oposición a la autonomía regional, existe otro plan, recomendado desde hace mucho por el Bund y, ante todo, por Springer y Bauer, que propugnan el principio de la autonomía cultural-nacional. Considero que ese plan es inaceptable para la socialdemocracia. Su esencia consiste en lo siguiente: Rusia debe convertirse en una unión de naciones, y las naciones, en una unión de personas, agrupadas en una sola sociedad, sean cuales fueren las partes del Estado donde vivan. Todos los rusos, todos los armenios, etc. se organizan en uniones nacionales particulares, independientemente del territorio, y sólo después se incorporan a la unión de naciones de toda Rusia. Este plan es en grado sumo improcedente y poco práctico. El hecho es que el desarrollo del capitalismo ha dispersado grupos enteros de personas, los ha separado de la nación, esparciéndolos por distintos confines de Rusia. Dada la dispersión de las naciones, consecuencia de las condiciones económicas, reunir a las distintas personas de cada una de dichas naciones es dedicarse a organizar artificialmente naciones, a construir naciones. Y dedicarse a agrupar artificialmente a las personas en naciones sería adoptar el punto de vista del nacionalismo. Ese plan, propuesto por el Bund, no puede ser aprobado por la socialdemocracia. Ese plan fue rechazado en la Conferencia de 1912 de nuestro Partido y, en general, excepción hecha del Bund, no goza de popularidad en los círculos socialdemócratas. Ese plan es conocido también bajo el nombre de autonomía cultural, porque; entre las diversas cuestiones que interesan a una nación, destaca los asuntos culturales y los ponen en manos de las uniones nacionales. Para ello le sirve de punto de partida la tesis de que la cultura liga a las naciones en un todo único. Se supone que en el seno de una nación hay, por un lado, intereses que la dividen, como son, por ejemplo, los intereses económicos, y, por otro lado, intereses que la ligan en un todo único, siendo estos últimos intereses, precisamente, las cuestiones culturales.
Por último, queda el problema de las minorías nacionales. Sus derechos deben ser protegidos especialmente.
Por eso el Partido exige plena igualdad de derechos en cuanto a las escuelas, la religión, etc., y que sea anulada toda restricción de los derechos de las minorías nacionales.
Existe el artículo 9, que proclama la igualdad de derechos de las naciones. Las condiciones necesarias para su aplicación sólo pueden darse cuando toda la sociedad haya sido democratizada enteramente.
Debemos, además, resolver la cuestión de cómo organizar al proletariado de las distintas naciones en un solo partido común. Un plan propone que los obreros se organicen por nacionalidades: tantas naciones, tantos partidos. Este plan ha sido rechazado por la socialdemocracia. La práctica ha mostrado que la organización del proletariado de un Estado por nacionalidades únicamente conduce a destruir la idea de la solidaridad de clase. Todos los proletarios de todas las naciones de un Estado deben organizarse en una colectividad proletaria indivisible.
Así, pues, nuestro punto de vista en la cuestión nacional se reduce a las siguientes tesis:
a) reconocimiento del derecho de los pueblos a la separación;
b) para los pueblos que permanezcan dentro de un mismo Estado: la autonomía regional;
c) para las minorías nacionales: una legislación especial que les garantice el libre desarrollo;
d) para los proletarios de todas las nacionalidades, de un mismo Estado: una colectividad proletaria única e indivisible, un partido único.
Nota: El proyecto de resolución sobre la Cuestión Nacional, leído por Stalin y aprobada por la Conferencia, fue elaborado por Lenin.
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