domingo, junio 7

La ofensiva y el ánimo de los soldados

Racionando alimentos en el Frente


Para elevar la moral de las tropas, Kerensky fue a recorrer el Frente durante mayo. Ahí su histérica oratoria alcanzó grados de intensa excitación. Con su voz lastimera y agitando los brazos, apeló a los soldados a hacer el supremo sacrificio por el glorioso futuro de la patria. Al final de esos discursos, él colapsaba en un estado de nervioso cansancio y tenía que ser reanimado con valeriana... En todo lugar era ovacionado como un héroe. Los soldados lo llevaban sobre hombres, tiraban flores a su paso y ellos mismos se postraban a sus pies... Nada como eso se había visto desde los días del zar.


Toda esa adulación, sin embargo, le daba a Kerensky la falsa impresión de que los soldados estaban dispuestos a combatir. Quince años después, en sus memorias, él aún insistiría que un "saludable espíritu de patriotismo en el Frente se había convertido en una fuerza definida". Pero esto estaba lejos de ser verdad. Las visitas de Kerensky lo ponían en contacto con una sección no representativa del ejército. Los mítines de soldados a los que se dirigía estaban concurridos por oficiales, la intelligentsia uniformada y los miembros de los comités de soldados. En esos mítines los discursos de Kerensky tenían un efecto hipnótico: producían la dulce ilusión de un victorioso fin de la guerra con sólo un heroico empuje adicional. Un soldado temeroso podía estar tentado en creer esto, aún si en lo más hondo él sabía que era falso, simplemente porque quería creer. Pero tales ilusiones se desvanecían pronto, una vez que regresaban a las trincheras. Fuera de esos mítines, sin embargo, entre la vasta mayoría de los soldados rasos, el ánimo era mucho más negativo. Kerensky era frecuentemente interrumpido por tales tropas durante sus viajes al frente aunque nunca parecía notar la advertencia que esto transmitía. En una ocasión cerca de Riga, un soldado fue empujado hacia el frente por sus compañeros para preguntar al Ministro. “Usted nos dice que debemos combatir a los alemanes para que los campesinos puedan tener la tierra. Pero ¿de qué nos sirve a los campesinos tener tierra si vamos a morir y no disfrutarlo?" Kerensky no tenía respuesta –y no había ninguna– pero ordenó al oficial al mando de la unidad enviar al soldado a casa: “Que sus compañeros sepan que no necesitamos cobardes en el ejército ruso”. El soldado no podía creer su suerte y súbitamente se desmayó, mientras el oficial se rascaba la cabeza incrédulo. ¿Cuántos soldados más habrían sido enviados a casa por ese motivo? Era claro que Kerensky veía a ese soldado como una excepción, de quien podía hacer un ejemplo. Parecía no comprender que habían millones como él.

Brusilov, por el contrario, estaba empezando a tener dudas sobre la moral de las tropas. “Los soldados están cansados”, escribió a su esposa a fines de abril, “y de todas formas no están preparados para ir a la ofensiva”. Al asumir el mando supremo del ejército, él hizo sus propias visitas a los frentes del norte y de occidente. En contraste con sus propios soldados del Frente Sud Occidental –alejados de la influencia de las ciudades revolucionarias-, encontró a las tropas en estado de completa desmoralización. De acuerdo a uno de sus ayudantes, Brusilov había evitado usar las palabras “ofensiva” o “avance” en caso de que los soldados lo atacaran. Brusilov no era un orador nato. El podía atraer a los soldados alrededor suyo y quitarse la capa y la chaqueta, poniéndolos –“democraticamente”- sobre su brazo izquierdo, para crear una atmósfera informal. Pero sus discursos no convencían a los soldados a decir –como podían haber dicho de Kerensky- “él es uno de nosotros”.

Como Brusilov pudo observar, los soldados estaban tan obsesionados con la idea de la paz que habrían estado listos a apoyar al zar mismo en tanto prometiera poner fin a la guerra. Sólo esto, decía Brusilov, en lugar de la creencia en un “socialismo” abstracto, explicaba que se sintieran atraídos por los bolcheviques. Los soldados en su gran mayoría eran simples campesinos, querían tierra y libertad, y empezaban a llamar a esto ”bolchevismo”, porque sólo ese partido prometía paz. Este “socialismo de trinchera” como Allan Wildman lo ha llamado en su magistral estudio del ejército ruso durante 1917, no era necesariamente organizado a través de canales partidarios formales o aún incentivado por los agentes bolcheviques. Aunque ambos estaban presentes en el Frente, ninguno estaba bien desarrollado como la mayoría de los comandantes estaba listo a creer cuando culpaban a los “bolcheviques” o “agentes bolcheviques” de toda derrota en el campo. (Culpando a los “bolcheviques” por cada derrota militar, los comandantes daban la impresión de que los bolcheviques eran mucho más influyentes de lo que realmente eran, y esto tenía el efecto de hacerlos más atractivos para la masa de soldados)…

Los comités de soldados, que muchos comandantes condenaban como el principal canal de este “bolchevismo” de trinchera, discutieron la próxima ofensiva y resolvieron no combatir. “¿Cuál es la utilidad de invadir Galitzia de cualquier forma?”, preguntaba un soldado. “¿Para qué diablos necesitamos tomar otra colina”, agregaba otro, “cuando podemos hacer la paz aquí abajo?”. Muchos soldados creían que el plan de paz del Soviet hacía que un mayor derramamiento de sangre careciera de sentido. No podían entender por qué sus oficiales estaban ordenándoles combatir cuando los líderes del Soviet estaban de acuerdo con la necesidad de la paz. La cuestión de una paz democrática, “sin anexiones ni indemnizaciones”, les era demasiado complicada de entender. Muchas de las tropas parecían estar bajo la impresión de que Amneksiia y Kontributasiia (“anexiones” e “indemnizaciones”) eran dos países de los Balcanes.

A medida que la ofensiva se aproximaba, el flujo de desertores crecía… El número verdadero de desertores durante la ofensiva fue mucho más alto que la cifra oficial de 170,000. Unidades enteras de desertores tomaron regiones en la retaguardia y vivían como bandidos…

En la víspera de la ofensiva, Brusilov advirtió a Kerensky de sus crecientes dudas. Las tropas se rehusaban a movilizarse al Frente. Docenas de motínes habían tenido lugar en guarniciones del ejército en la retaguardia e incluso, donde las unidades habían sido movidas camino a las trincheras, tres cuartos de los hombres habían desertado en ruta. Los soldados del frente también se habían amotinado cuando descubrieron lo que les esperaba adelante. Brusilov había sido forzado a desmembrar algunas de sus unidades más confiables. En el Quinto Ejército del Frente Norte, los soldados se rehusaron a obedecer las órdenes y declararon que Lenin era la única autoridad que reconocerían… Pero Kerensky no hacía caso de todas las advertencias de su jefe del ejército… Kerensky y sus colegas de gabinete ya tenían su idea formada: la ofensiva iba a seguir adelante y no había lugar para dudas de último minuto.

Extractos de “A people’s tragedy. The Russian Revolution 1891-1924” de Orlando Figes, Penguin Books, 1996, pp. 414-418. Traducción propia.

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